Estereotipo, sería la definición que corresponde a la mujer tratada por los medios de comunicación, en este caso la telenovela, como una “cenicienta”. La sociedad, en este caso la venezolana, ha aceptado esta imagen de la mujer impuesta por los medios de comunicación con carácter inmutable. Se puede decir que es casi necesario en la telenovela este perfil de la mujer: la joven pobre y aparentemente fea que por arte de magia encuentra al hombre más bello y rico del planeta para vivir por siempre con él. No se sabe en que momento comenzó la mujer a ser manipulada bajo este aspecto, el de cenicienta, por la televisión. Silvia Oroz, quien investigó y estudió el papel de la mujer en la cinematográfica latinoamericana, en especial durante los años treinta y cuarenta, pudo encontrar a una mujer transgresora de los cánones sociales. Para ese entonces; años treinta y cuarenta, era el cine el medio que mostraba a la mujer en su entorno, es decir; en el cine se podía ver el perfil de lo femenino mejor desarrollado que en cualquier otro medio. Silvia Oroz habla de una mujer transgresora porque ésta desafió las normas de lo no permitido, donde sólo lo masculino tenía cabida en el desempeño social fuerte y donde una mujer que cumpliera o intentara suplir estos roles era vista como una rareza. Efectivamente así comenzó la incursión de la mujer transgresora en el campo cinematográfico: como una fémina que hizo frente a un mundo dominado por el sexo masculino, donde ésta, asumiendo con fortaleza cualquier lucha, jamás perdió el brillo y glamour que debía ostentar una mujer frente a la pantalla grande. Esto es sumamente curioso porque mientras se veía a una mujer capaz de afrontar cualquier infortunio por medio de la rebelión, casi paralelamente, ella encontraba la felicidad en su vida, una felicidad traducida en forma de varón galante e ideal, en fin, la transformación no sólo ocurría en el plano que ella transgrediera, también esta sucedía en su vida personal, en lo que para entonces era la realización de la mujer: descubrirse bella a pesar de los duros abatares y encontrar el príncipe azul al final del camino.
Quizá esto pudo ser lo más tentador para la televisión que recién comenzaba: la infortunada mujer que lucha contra un mundo injusto para encontrar la felicidad en un joven y rico galán, además, ¿De qué otro modo, para entonces, podía la televisión plantear un papel de la mujer que resultara tentador al televidente? Hay que destacar que el protagonismo que desempeña la mujer hoy en día a nivel mundial, es reciente, ganado a pulso y demostración. De esta forma resultaba casi seguro el triunfo televisivo de la mujer como sexo débil que salía de las cenizas de la cocina para convertirse en la triunfante damisela. Fue una fórmula que se experimentó y se probó hasta el cansancio, a tal punto que se consideró normal y se creó un estereotipo incapaz de ser intervenido.
Un estereotipo supone algo que es aceptado sin objeción alguna por una sociedad o grupo, pero en torno al papel de la mujer representada como una cenicienta, aparece cierta molestia hoy en día, resulta despectivo para muchas ser comparadas con semejantes personajes. Pero ¿Cómo es que la mujer se ha identificado en este fenómeno y aún lo sigue haciendo? Y precisamente, no por elucubrar se dice identificar, por el contrario, la sintonía, rating, medición, o como lo llamen las empresas capaces de calcular cuántas personas ven las llamadas culebras, dan prueba de ello. Son vistas por la mayoría, están incluidas en horarios llamados “Premium”, los patrocinantes pagan cuantiosas sumas en el juego de ser promocionados durante esa hora. Es decir lo que se ve en televisión debe darnos, por lo menos, un reflejo de quiénes somos o queremos ser, somos consecuentes con lo que es parecido a nosotros y sobre todo nos alecciona, ya esto ocurrió y se probó con la tragedia griega. Tomando en cuenta todo lo anterior se puede discernir que ciertamente existió y existe una identificación en este fenómeno, el que nos interesa, el de cenicienta, aún cuando cause escozor en muchas televidentes. Hace poco, en un diario venezolano apareció una entrevista al escritor de la novela “Sin tetas no hay paraíso” y él ahí decía, no textualmente lo escribo, que las telenovelas venezolanas deben abandonar el recurso de la cenicienta, en sí, hablaba de ello como algo que no es bueno. El estereotipo de cenicienta se ha tomado como algo hueco, carente de principios, emociones, reacciones, pensamientos propios, etc., como si se tratara de la mujer que se entrega a su desventurada limpieza sin parar únicamente esperando que el príncipe azul toque a su puerta a probarle la zapatilla. El fenómeno de cenicienta ha sido la excusa perfecta para plantear el inmenso mundo de decisiones femeninas, aún cuando comience, cualquier telenovela, con la pobretona protagonista, en el tránsito que la lleva a su predecible final suceden una serie de acontecimientos que es la voz de la mujer popular. Este hecho lo podemos ver en el transcurrir de las telenovelas venezolanas, tomando como ejemplo una que convirtió al televidente en uno sólo al momento de sintonizarla: “Esmeralda” la historia de una ciega, huérfana y para colmo pobre, que al final de la serie es rica, bella y puede ver, agregando a esto unos padres encontrados, una enorme herencia y por supuesto un guapísimo príncipe. Para que esta mujer llegara a este punto tuvo que pasar por una serie de infortunios que no fueron más que todos los puntos, sucesos, designios o como quiera llamársele que vivía la mujer de los años setenta, por supuesto que todos estos malestares no eran representación fidedigna de la vida misma, estos eran algo o bastante grandilocuentes; los malos eran malísimos sin capacidad alguna de compasión y los buenos, buenísimos hasta llegar parecer tontos. Y es que pensándolo bien, sería aburridísimo plantear la vida tal cual se sucede minuto a minuto, segundo a segundo. En los años ochenta hubo un breve paréntesis con la llamada “novela cultural” si se llamaba así era porque existía la necesidad de diferenciarla de otra novela que en realidad no se como se llamaría a esa otra novela. Estos seriados culturales, con igual duración de años que las anteriores, pretendían, así lo decían en sus promociones, educar por medio de la telenovela y por lo tanto decían que planteaban mujeres reales, que se divorciaban, que temían por otras cosa que no eran el amor, que trabajaban y así sucesivamente una serie de cosas que por ubicarlas en tales tareas se suponía que eran reales. Pero al igual que las telenovelas de los años setenta donde las heroínas eran las mártires cenicientas, en éstas las de los ochenta, las culturales, también planteaban un papel que se jugaba la mujer en el mundo de aquel entonces, era la nueva voz de la mujer de los años ochenta. Hay que recordar que para principios de los años ochenta es bastante y casi total el papel de la mujer como protagonista en todos los ámbitos, sobre todo el político, ya no son aislados los casos de mujeres que comandan, mejor dicho; la mujer como protagonista comienza a ser tratada por los medio de comunicación con mucho más interés, no en vano son los años de la Thatcher en Gran Bretaña, la aparición de un icono que desafiaba la iglesia con cristos volteados como lo fue Madonna y así sucesivamente. El efecto de la novela cultural fue exitoso pero corto, bastante breve, ya la incursión de la mujer en los medios de comunicación de manera amplia no era novedad y por lo menos, aquí en Venezuela, la telenovela vuelve a su forma de utilizar a una fémina como cenicienta. Esta vuelta se sucede con mucha más fuerza que en sus inicios, ya están bastante claras las posiciones de la mujer en el mundo, por lo tanto el desenfado es mayor, aquí en Venezuela se transmitieron unas telenovelas que sacudieron no sólo estos lares sino que retumbaron hasta en Europa, tal fue el caso de “Cristal” la misma fórmula; huérfana, pobre y con muchos deseos de amar a un hombre que la quisiera mucho. No sólo fue un éxito, fue un suceso. En España hubo que cambiar los horarios laborales para que el televidente llegara a tiempo a ver la culebra, y así se hizo. Era la nueva voz de la mujer frente al mundo, la de los ochenta. La heroína, Cristal, para llegar al final feliz donde se casa con el galán que todas quieren, donde encuentra a su multimillonaria madre y se convierte en la mejor top model del mundo tiene que pasar por una serie de hechos que estaban cónsonos con los años ochenta; ella tiene que escalar puestos dentro del mundo del modelaje hasta llegar a uno principal. Y así estaba el comportamiento femenino en el mundo, abriéndose camino, marcando pautas.
Para los años noventa y el dos mil la fórmula sigue constante, con altibajos, pero no debido al estereotipo de la cenicienta, este se sigue usando, la telenovela trata de ajustarse más a la inmediatez de los hechos, de la tecnología, de los cambios abruptos. “Ciudad bendita” es una muestra de ello, mientras en Venezuela se sucedía el referendo revocatorio del Presidente Hugo Chavez, en la telenovela se trataba de emular un hecho bastante parecido entre melodrama y romance, y por supuesto con su debida cenicienta que aquí se presentaba pobre y coja para terminar, al final de la telenovela, caminando perfectamente y con su respectivo galán, pero para alcanzar todo esto, es decir, su príncipe, debe pasar por una serie de sucesos que no es más que la voz de la mujer actual, la cenicienta cibernética, la que no espera que el príncipe llegue con la invitación sino que ella la busca y antes de que le midan la zapatilla ya ésta se encuentra instalada en el palacio y no precisamente limpiando las cenizas, sino mandando.
Jamás pretendí demostrar algo con lo que investigué y ahora traduzco con mi lenguaje, Comencé con lo femenino transformado en cenicienta por los medios y termino pensando que detrás de cada telenovela, con su correspondiente cenicienta, hay una gran voz; la de la mujer frente al mundo.
Referentes:
http://groups.msn.com/telenovelasvenezolanas
http://www.blogsdetelenovelas.com/telenovela/telenovelas-venezolanas
http://images.google.co.ve/images?hl=es&q=telenovelas%20venezolanas%20&um=1&ie=UTF-8&sa=N&tab=wi
lunes, 30 de junio de 2008
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